Sentir la vida a través de las palabras

Emociones

Muchas veces me detengo frente a la hoja en blanco y reflexiono sobre alguna historia que realmente sea digna de contar. Hoy, miraba los renglones y no podía dejar de sentirme viva. ¿Cómo traducir esa sensación tan grande en un papel tan blanco?

Entonces abracé mi pluma negra y liberé mi pensamiento en mis manos mientras mi corazón trasladaba sus latidos a esa hoja inerte para que sintiera de a poco la vida.

Escribir es reescribirme en cada palabra, es acariciar el dolor y besar la nostalgia. Escribir es liberar emociones reprimidas que desean fervientemente salir, volar por fuera de mi piel y alcanzar la cima del mundo.  

Estamos tan condicionados por nuestro entorno que nos olvidamos de nosotros mismos. Sentimos vergüenza de nuestra naturaleza, nos escondemos de lo que realmente somos y nos perdemos de disfrutar lo más maravilloso que tenemos: nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra alma.

Elegimos poner en primer lugar la opinión de los demás a la opinión de nosotros mismos. Aprobamos nuestras acciones en la medida que los demás las aprueban. Nos permitimos sentir emociones teniendo en cuenta las limitaciones religiosas, los dogmas populares, las reglas que nos impusieron desde pequeños. Tantas limitaciones fueron creando en nosotros jaulas emocionales que permitieron encarcelar el sentir pleno de la vida. Nos fuimos haciendo oscos, vergonzosos, solitarios, pensando que todo lo que nos genera placer está mal, y nos fuimos escondiendo de nosotros mismos hasta el punto en que llegamos a olvidar donde estamos y quienes somos.

Alguna vez me preguntaron si me gustaría saber qué día voy a morir. Tardé en responder y mi respuesta fue afirmativa. Creo con toda la fuerza de mis convicciones que si supiéramos cuando es el final de nuestros días viviríamos intensamente, disfrutaríamos cada momento de principio a fin, no nos detendríamos en trivialidades, ni en dañar tanto, porque el no saber cuándo morimos empodera a muchas personas en la estupidez de creerse dueños del mundo, mejores que nadie, con el permiso de lastimar a quien se cruce en su camino, creyéndose seguros de tener todo el tiempo del mundo para resarcirse, para corregir el daño, para volver a empezar. Pero el camino de la vida es tan corto que tras la curva más grande está la vejez. La vida es fugaz, se nos escapa de las manos en el momento menos pensado.

La vida no es privilegio de los más jóvenes que se creen invencibles porque aún queda mucho tiempo por delante. Mueren niños, mueren bebés, mueren adolescentes. La vida no le pertenece a nadie. Es una hermosa transición en el tiempo, una oportunidad de aprendizaje, un camino con una sola dirección donde el tramo que nos toque atravesar será la única ocasión de experimentar estar vivos.

Entonces tras este pensamiento, regreso a mi hoja blanca y me defino. Las palabras alumbran mi esencia y calman el ruido que llevo adentro. Las palabras me permiten ser y expresar lo que deseo y el modo en que lo deseo.

Las palabras me permiten sentir lo prohibido, tocar lo imposible, liberar monstruos abismales y crear mundos tan impensados que lograron modificar mi realidad sin apenas darme cuenta.

Fragmento de «El sentir de las palabras», de mi libro «Somos palabras». ©2022.

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