Escribir es…

Toda inspiración literaria ya sea un cuento, un relato o una novela, lleva escondida entrelíneas emociones vivenciadas por su autor. Cualquiera sea su género literario, todas llevan ese sentir íntimo, ese alivio, a veces desgarrador, que vive el escritor y necesita de algún modo compartirlo por medio de la palabra escrita.

Escribir es una necesidad que se lleva en el alma. Es la voz interior que necesita contar a través de nuestras manos, cómo vemos la vida, cómo sentimos la vida, cómo vivimos la vida.

Escribir, muchas veces, deja nuestro corazón expuesto, ofreciendo al que lee la oportunidad de leernos.

Escribir desde el centro del cuerpo, desde las vísceras y más adentro, en esa urgencia de contar historias que se hicieron carne en nuestro cuerpo, historias que impactaron de tal modo en nuestras emociones que nos desbordan, personajes que surgen en la noche, como disparadores dentro de algún sueño y no nos permiten seguir durmiendo hasta que les damos vida, les ponemos voz y les permitimos contar su cuento.

Escribir es escuchar todo lo que sucede a nuestro alrededor, porque cada día es una historia, mil historias, millones de historias. En cada persona hay una novela escrita, solo hay que trasladarla al papel.

Escribir desde la pasión de dejarse ser uno mismo, fluir con el universo a través de los ojos de quienes nos permiten seguir vivos. Sin ustedes, lectores, los escritores morimos, son el agua que nutre nuestras arterias para poder darle vida a las letras desde nuestras manos.

Escribir desde el silencio de experiencias dolorosas, que quedaron tatuadas en el reverso de la piel, escondidas en la oscuridad de un papel carbónico, donde nadie más que nosotros sabemos cuál es el lugar donde quedamos presos, pero les dejamos pistas en cada cuento, en algún personaje que vive lo que nosotros estamos viviendo.

Escribir para dejar el centro del corazón abierto, escribir para arrancar momentos grabados a fuego, escribir trasladando historias ajenas que se quedaron insertas en el alma, que lastiman una y otra vez en el recuerdo o en la impotencia de no haber podido hacer nada más porque estábamos lejos.

Escribir para que la sangre regrese a su cauce y así evitar que se nos inunde el pecho. O la mente.

Escribir para no enloquecer o enloquecer escribiendo.

Quizás sea como decía Borges: “Escribir es como un alivio, como un olvidarme de mí mismo o acordarme de lo que me sucede de un modo muy íntimo”

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