Vivir no necesita explicaciones

Un viaje hacia mí

Eran vacaciones de invierno y estaba decidida a hacer un viaje inolvidable. No sabía muy bien el destino, solo tenía en claro que quería encontrar algo dentro mío y eso me impulsaba a salir. A veces el dolor es tan grande que se necesitan experiencias que queden como un tatuaje para sobrepasarlo.

Me gusta viajar liviana, así que llevé lo necesario y un poco menos. Un paisaje de picos altos y ríos de montaña me envolvían. Supongo que solo necesitaba aire puro y la inmensidad de la naturaleza que no deja de asombrarme. La ruta se tornó algo difícil, intrincada y a pesar de mi cansancio, una fuerza interna me obligaba a continuar. El viaje hasta donde quería llegar era de dos días desde la base de la montaña, pero me perdí y duró un día más hasta que me crucé con un pastor y su rebaño de ovejas y me guio preocupado porque se avecinaba una tormenta.  Le dije que estaba bien, que iba en busca de algo distinto y me respondió: “supongo que vivir no necesita explicaciones”.

Bellos contrastes

Me quedé mirando a ese hombrecito de montaña, con su sabiduría ancestral y continué mi viaje. Comenzó a soplar el viento mientras caía la noche y busqué un refugio para armar mi carpa. Sentí la fuerza de la naturaleza gritarme en truenos. Un sonido espectacular que recordaba mi pequeñez. El suelo temblaba con cada aviso de que la tormenta estaba cada vez más cerca. De repente me di cuenta que estar escondida dentro de una pequeña carpa no era lo que habia venido a buscar y salí a mirar el espectáculo que ponía a pruebas mi coraje, la certidumbre y el miedo. Solo podía ver cuando los rayos iluminaban el cielo. Las gotas caían con fuerza y un sentir extraño me hacía permanecer allí, admirando.

Las emociones se mezclaron con la experiencia que venía buscando y todo el dolor salió con furia. Un grito, que dejo mudo al trueno, lastimó mi garganta. Necesitaba sentirlo, necesitaba volver a sentirme. Cuando todo mi cuerpo estuvo mojado me vencieron las fuerzas y entré a la carpa.

A la mañana siguiente el pastorcito vino a verme. Las personas de montaña tienen conversaciones sin palabras. Miran y acompañan. Estoy segura que sabía más de mí que yo misma en aquel momento. Observaba a sus ovejas y solo se paraba para controlar que las más rebeldes no se alejaran del rebaño. De vez en cuando me contaba alguna anécdota del camino. Me enseñó a mirar las nubes que traen nevadas, y me ofreció ir a su rancho porque “esa noche iba a ser cruda”.

Pero me negué porque habia ido en busca de mi viaje interno y hasta no llegar adonde necesitaba, no iba a salir de allí.

Las pérdidas y las despedidas siempre tienen un sentido y yo debía encontrar el mío. En un momento de la noche agradecí que me enseñó el camino hacia su rancho, porque el frío se tornó insoportable entre la nieve y mi ropa húmeda.

Mucho antes de llegar, vi al pastor que venía con su perro, por mí.

Me hizo lugar al lado del fuego crepitante de un horno de barro y puso una manta de lana pesada sobre mí. Un jarro de mate cocido humeante y se sentó frente al fuego. Sólo preguntó: ¿por qué lo hace? Nadie merece tanto, salvo diosito.

Mientras tomaba mi cuaderno y mi lapicera de la mochila, pensé: Soy escritora y siempre voy en busca de algún tesoro, una nueva historia, más allá de la vida, más allá de las emociones heridas. Los poetas no se resguardan de la lluvia como el resto de la gente que busca un lugar seco apenas caen dos gotas. Un poeta se queda admirando las figuras que dibujan las gotas en los charcos de agua, las formas que toman los árboles cuando son azotados por el viento, dibujan las figuras que traza el vuelo de las aves en el cielo. Un poeta no se esconde del miedo, del engaño, del estafador, porque de cada situación extrae una historia, una lección que tiene que aprender. Entonces antes de comenzar a escribir en mi cuaderno de viaje, miré al hombrecito y le respondí: Soy escritora, por eso lo hago.

Sonrió. Y tras un largo silencio, dijo: “Es una atrapadora de momentos”

Me quedé mirándolo. Nunca habia escuchado una definición más exacta.

Esa noche escribí a la luz del fuego, con el crepitar de la leña y la música del viento que arremolinó copos de nieve, hasta el amanecer.

Hoy miro a través de mi ventana los cerros cubiertos de nubes e imagino al hombrecito arriando sus ovejas al cobertizo y alimentando el fuego.

Como dice Shiva Ryu: “Cuando una ola del destino nos derriba, es hora de empezar de nuevo”

Me gusta viajar sin rumbo confiando en lo que me depara el camino. Como las aves que no tienen miedo a volar porque saben que siempre encontrarán un lugar para posarse y descansar.

La vida tiene demasiado cielo como para sentarme a esperar.

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