La Psicología del hombre inmaduro

EL Puer Aeternus #carlJung

Cada vez es más “normal” encontrarnos con personas jóvenes que rechazan la independencia para quedarse en el confort de la protección familiar. Esforzarse por lograr algo por sí mismos, no está en sus planes y muchos menos el compromiso con un trabajo o una pareja. Las personas con rasgos del Niño eterno optan por el camino del placer inmediato para mitigar su sufrimiento, desean vivir en un estado de permanente juventud, experimentar vivencias intensas y excitantes todo el tiempo, y evadir las responsabilidades de la vida adulta. 

El término «Puer Aeternus» tuvo su origen en la mitología para describir a un niño divino que nunca envejecería, se identificó al dios niño con Dioniso y con Baco, así como con el resto de dioses consortes en la época en que se rendía culto a la Diosa Madre.

Fue el eminente psiquiatra suizo Carl Jung quien le dio un giro radical y adoptó este concepto con propósitos psicológicos para describir el arquetipo de un individuo que se niega a madurar manifestando actitudes que cabría esperar en un joven de entre quince y dieciocho años, acompañadas de una excesiva dependencia de la madre.

Ya a mediados del siglo XX, la destacada psicóloga suiza Marie-Louise von Franz notó esta preocupante tendencia: cada vez era más común encontrar hombres y mujeres que, a pesar de haber alcanzado la edad adulta, mostraban signos de inmadurez psicológica. Von Franz se sintió tan sorprendida y preocupada por este fenómeno, cuestionando porqué no se le prestaba la atención que merecía y dio una serie de conferencias en 1959 para ahondar en el tema.

En su libro «El problema del Puer Aeternus», von Franz dice:

[…]

«… permanece demasiado tiempo en la psicología de la adolescencia, es decir todas aquellas características que son normales en un joven de 17 o 18 años se mantienen en la vida adulta, unidas en la mayoría de los casos, a una dependencia demasiado grande de la madre”.

En aquel entonces, von Franz predijo que el problema del «Puer Aeternus» se agravaría en las próximas décadas debido a los nuevos modelos de crianza, la prevalencia de una cultura de gratificación instantánea y la ausencia de ciertos ritos al pasar de una etapa a otra, donde la persona puede sentir el deceso de su adolecer para pasar a la adultez.

Y no se equivocó. Sus predicciones han sido notablemente certeras, especialmente en el mundo occidental.

A lo largo de la historia, hombres y mujeres han asumido diferentes roles parentales. Por un lado, las madres se caracterizaban por ser más reconfortantes, cercanas y empáticas con sus hijos, generando un vínculo afectivo muy marcado conocido como complejo materno. Por otro lado, la función principal de los padres no implicaba desarrollar una conexión emocional tan estrecha, sino proporcionar los recursos materiales y mentales necesarios para que el niño pudiera desenvolverse por sí mismo en el futuro. El padre debía ser consciente de que el objetivo primordial en la maduración de su hijo era ayudarlo a liberarse del vínculo de dependencia con la madre, superando el complejo materno para convertirse en un adulto funcional.

Por desgracia no todos los padres pueden proporcionar a sus hijos esta orientación ya que para ello el padre debe ser fuerte e independiente y estar emocionalmente presente en la vida de su hijo, debe ser capaz de mostrar con el ejemplo que hay algo que merece la pena buscar y por lo que luchar en este mundo, porque para animar con éxito a un joven a romper con las comodidades de la infancia necesita estar convencido de que hay algún lugar al que merece la pena ir.

No es de extrañar que el problema del hombre niño ocupe un lugar tan grande en nuestra época, pero los efectos de un padre ausente se agravan por el impacto que esto tiene en la madre. Lo que ocurre es que se crea una situación donde la madre tiende a ser mas autoritaria en la crianza para compensar la falta de la figura paterna en la vida de su hijo y el fracaso del padre a la hora de proporcionar amor y apoyo a la madre, crea en ella un hambre emocional que intenta saciar a través de la relación con su hijo. Esta situación crea el ámbito perfecto para la construcción de lo que Jung llama La madre devoradora, quien sobreprotege y asfixia a su hijo y se inmiscuye en todos los aspectos de su vida, una madre que, a pesar de tener las mejores intenciones, manipula inconscientemente a su hijo para que siga dependiendo de ella hasta la edad adulta.

Un niño criado de esta manera y que por lo tanto nunca a tenido la oportunidad de valerse por sí mismo, de fracasar o de tomar sus propias decisiones, se convertirá en un adulto incapacitado para superar y soportar los inevitables retos de la vida. El sano deseo de adaptarse a la realidad y de individualizarse que implican miedo, dolor y conflicto, será sustituido por la necesidad de permanecer ligado a su madre, ya sea biológica o sustituta. Si no sigue dependiendo de su madre buscará desesperadamente en otras mujeres un sustituto que lo nutra o bien elegirá perderse en el abrazo reconfortante de una adicción.

En definitiva: cuando un niño llega a la edad adulta con un gran complejo materno, no va a buscar la independencia sino que estará poseído por lo que Jung llamó “El espíritu de regresión” que lo amenaza con la esclavitud con la madre y la disolución y extinción de su inconsciente.

Pero ¿Existe una salida para la inmadurez?

Te invito a averiguarlo en el siguiente video:

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