Morir en el silencio

Mis palabras suenan extrañas, como si vinieran desde otro mundo a posarse en las puntas de mis dedos para traducir un juego que apenas comprendo.

Rompecabezas de lo etéreo que se esfuma tras el último aliento.

Bailarinas del pensamiento que se ahogan en el lago de un cisne negro.

Luego reclaman vida succionando la agonía de mis sentimientos

y se fortalecen para quedar enraizadas en mi cerebro, buscando entablar una conversación con la inexistencia.

Es de noche ahora. Siempre lo es cuando estoy muriendo.

Camino hasta la ventana con un cansancio hambriento, pretendiendo encontrar un reflejo que me devuelva el invierno.

Frío visitante que entorpece mis huesos, recordándome la ausencia de frenos en el paso del tiempo.

En la oscuridad de mis tormentos busco las palabras que descifren las respuestas.

La ausencia de preguntas me deja ciega.

Leo, como un escape sin sangre, para aclarar el momento.

Cada letra engarzada experimenta un placer agónico en mi cerebro,

llevándome a la coronación de los sentidos, a un nuevo comienzo.

El exceso de palabras ha entumecido mi lógica.

Miro arriba, a los costados y sólo me acompaña el bullicio del torrente de mi sangre como interruptor del silencio.

Conmigo los fragmentos de lo vivido en el infierno.

Contigo la daga con que amputaste aquel sueño primero.

Conmigo las palabras fermentadas en la bodega del miedo.

Contigo la tinta que vino a morir en éste papel amarillento.

2 respuestas a “Morir en el silencio

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